domingo, 25 de enero de 2015

El Fin del Cambio: La Inmortalidad

Los procreadores han muerto.

Cientos de años han pasado desde la Muerte del Cambio. El cambio de mentalidad ha conllevado una progresiva evolución del ser humano en un organismo puramente mental, incapaz de recordar si alguna vez pudo moverse por sí mismo, apenas consciente de su cuerpo.

Sin embargo, cómo hablar de evolución cuando ésta no existe. El nuevo ser humano no conoce el concepto de cambio, erradicado como pilar fundamental de la Nueva Iglesia. El neo homo sapiens no es consciente de la muerte, sólo de la vida; para él todo es constante e imperecedero. El nuevo hombre es inmortal.


Para saber cómo ha llegado a ser el hombre algo inmutable habría que remontarse al siglo XXI. Varios años después de la apoteósica culminación de la 3ª Guerra Mundial, un movimiento cultural escindido de la religión católica interesó a diversas élites económicas. Dicho movimiento había interpretado las ideas creacionistas hasta llegar a una sólida teoría en contra del cambio, y cómo ésta podría llevarse a cabo.

Dichas élites engendraron una gran idea. Una idea cruel, una idea para el ser humano.

Apoyadas por su enorme poder, pudieron extender rápidamente sus ideas y con ello manejar prácticamente a la totalidad de la raza humana según sus nuevos principios. Principios fáciles de asimilar y agradables de aceptar. No sólo negaban completamente la evolución, también consiguieron negar todo cambio del propio ser humano. El crecimiento no debía existir, el movimiento tampoco. Curiosamente, una vez se establecieron todos sus dogmas, estos desaparecieron, no eran necesarios más.

El procedimiento: Cada ser humano debe permanecer sus primeros veinte años de vida recluido en un cuarto cerrado, inmovilizado y sin posibilidad de interactuar con otras formas de vida. Durante dichos veinte años sería alimentado por sonda mediante una disolución de ácido lisérgico y otras drogas en un compuesto nutritivo. De esta forma y debido al habituamiento de agentes alucinógenos, no será consciente de su propio crecimiento ni el tiempo. Tampoco hay oportunidad de que perciban algún cambio en sí mismos, la inactividad física total salvaguarda eso.

Una vez cumplidos los veinte años, se establece a cada sujeto dentro de la comunidad, sin nombre ni características propias. Sus conciudadanos no reconocerán ningún cambio, asimilando que el nuevo rostro ha estado siempre allí. Cualquier sujeto que muera o presente síntomas de enfermedad rápidamente deberá desaparecer. Afortunadamente, la falta de características propias del desaparecido haría que nadie se interesase por su suerte.

La muerte no existe, el nacimiento tampoco. Obviamente, el sexo no es una excepción, los nuevos seres humanos, no conscientes de su género o sexualidad son totalmente incapaces de tener cualquier deseo sexual para con otro, con lo que todo permanece en una igualdad de sexos castrados.

Sin embargo, para que dicha nueva humanidad pueda existir, es necesaria la perduración de la antigua para su procreación. Los viejos humanos sirven para dicho fin, obedeciendo a su instinto en destartaladas instalaciones tras lo cual sus hijos son retirados de sus manos para el proceso ya comentado por parte de los humanos medios, aquellos encargados de supervisar el proceso.

Desgraciadamente, un accidente eléctrico en las instalaciones -se debería remarcar la casi total desaparición de las ciencias y sus aplicaciones, quedando tan sólo aquellas que hayan podido sobrevivir sin ningún tipo de mantenimiento- culminó hará unos pocos días en un incendio a gran escala, acabando con la gran mayoría de los viejos humanos, imposibilitando la creación de nuevos seres.

Así pues, alcanzar la inmortalidad del ser humano se ha convertido en su muerte definitiva.

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