jueves, 14 de enero de 2016

Apokatástasis

El apacible y luminoso día fustigaba el propio sentido de la vida. En aquella sala, ocaso de la inteligencia, la disposición tetraédrica de pupitres subyugaba una oscura ignorancia pretendiendo colapsar toda singularidad. Sin embargo esta atmósfera no lograba penetrar en Tropos, sumido en sus frecuentes devaneos mentales. Pese a estar realizando una prueba, quizás una de las más relevantes de su vida desde el punto de vista de la masa, el verdadero tour de force no consistía en su consecución, sino en lo estrictamente contrario. Empujado por olas desesperantes provenientes del inmenso océano de la obligación, aquel etéreo a la par que omnipresente, no puede evitar conjugar su torrente sanguíneo con la corriente, viendo cuasi imposibilitado cualquier intento de verdadera o siquiera aparente libertad.

Pese a tal dificultad de abandonar la tarea impuesta, consigue levantar en esfuerzo sobrehumano la vista del papel con tal de dirigirla al exterior. No es difícil de imaginar su sorpresa al descubrir que no hay tal. Incrédulo, pestañea negándose a reconocer el vacío que sus humores pretenden mostrarle, consiguiendo así recibir un paisaje inesperado, formado por los mismos insulsos elementos a los que ya está acostumbrado, con la diferencia de que ya no poseen orden alguno. Un árbol, un ladrillo, una mandíbula, una mancha, otra, otra... Todo se le presenta disociado, tal vez negándose a participar conjuntamente en un todo. Tropos contempla el Caos.

Sus párpados se cierran, él espera, cuando la luz vuelve a sí y cesa la confusión espacial se dispone a regresar a la seguridad del papel y la teoría, donde el ser humano ha aprendido a refugiarse en los senos de la razón, buscando mamar las normas de la lógica humana, alejados del desconocido y peligroso mundo “real” y sus infinitas variables. En un momento el sentido y el orden regresan a él, haciéndole olvidar lo recién ocurrido y retomar su tarea.

Sendos minutos pasan mientras los trazos se cruzan, enarbolando ramas de conocimiento desde su memoria. El cuerpo relajado y con soltura. Su mente está en calma, el grito que en un instante sangra sus oídos y trepana su cerebro no tanto. Ardiendo en sufrimiento nota como una fuerza se adentra en él, reestructurándole. Los huesos se tornan cristal, la carne líquida, toda función vital relegada al olvido.

Abordado por un miedo primigenio intenta regresar de nuevo a la calidez teórica cuando un ruido sordo se lo impide, lentamente dirige su mirada hacia su mano derecha, donde cree ha provenido el sonido, hacia donde cree estaría su mano. Donde antes ocupaban lugar huesos, tendones y carne; se erige ahora una cuchilla rectangular azabache como extensión de su brazo, ahora informe masa de carne tosca e inútil en comparación con la singular belleza y fortaleza de su nuevo apéndice. Maravillado por aquel instrumento de poder, reminiscencia del acero y la escritura vestigial, trata de usarlo contra aquellas cadenas de comodidad representadas en el folio garabateado clavándolo en él.

Cual Excálibur emergiendo de las aguas invertida, la hoja deja paso lentamente a su homónima, la cual se abre camino a través de todo el conocimiento establecido en la historia del hombre. Un viejo alcohólico en Manhattan, un joven rechazado de Louisiana al borde del suicidio, un cazador refugiado de los bombardeos en París, un dublinés buscando como publicar su obra magna, un antiguo filólogo agonizando junto a su hermana en Weimar, un príncipe ruso exiliado por su pensamiento, un londinense explicando las normas del universo, escritores, investigadores, pensadores; poco a poco Tropos siente como va atravesándolos uno a uno, cómo va librándose de su cultura, de todo lo que han construido. Está volviendo a un estado primigenio, restaurando todo aquello conocido.

Una vez finalizado el proceso, se iergue cual primate y dirige hacia la pared más cercana. Alzando su mano con un aullido imprime su marca contra la pared, el cruel ladrillo desgarra su mano, dejando plasmado un rastro de sangre.

El aula no cabe en sí de asombro.

Para Tropos, la escritura acaba de ser inventada, por él.